"Ordenamos que todas las vestimentas de los hermanos sean en todas las estaciones de un solo color, es decir, blancas, negras o de sayal. Y, con excepción de los citados caballeros de Cristo, todos los hermanos caballeros deberán llevar en invierno y verano un manto blanco". Así reza la regla francesa, establecida entre 1139 y 1140, relativa a la forma en que debía ir vestida la Militia Christi. El conjunto se completaba con la cruz paté bermeja que, situada sobre el hombro izquierdo, adornaba el manto blanco propio de los templarios, concedida por el papa Eugenio III en 1147.
Negro, blanco y rojo. Colores insignia de la más conocida de las órdenes medievales que, sin duda alguna, debían de encerrar una simbología que no ha llegado hasta nosotros. Como otros muchos aspectos propios del temple, esta circunstancia ha dado lugar a todo tipo de especulaciones.
TRES FASES
Resulta inevitable que tres colores tan significativos como el negro, el rojo y el blanco se relacionen con la alquimia, práctica esotérica por exelencia cuya entrada en Europa coincidió con el momento de mayor esplendor de la Orden Templaria. Negro, blanco y rojo son los colores de la obra alquímica, destinada a la obtención del polvo de proyección o piedra filosofal, elemento necesario para transformar cualquier metal en oro y para obtener el elixir vitae, destinado a perfeccionar el cuerpo humano y eliminar cualquier enfermedad.
La fabricación de la piedra filosofal requería de numerosas operaciones químicas, que debían llevarse a cabo en unos lugares determinados y que modificaban la tonalidad de la materia de partida. Estos cambios constituían señales que ayudaban al alquimista a saber si su operación iba por el camino adecuado. La sustancia original tenía que pasar del negro inicial, al rojo final a través de tres grandes fases conocidas, según el color, como nigredo, albedo y rubedo.
La primera fase o nigredo consistía en la preparación de la materia. El color negro que adoptaba el material sometido a la misma se correspondía, simbólicamente, con el caos o abismo primordial, del que todo surge.
El proceso pasaba entonces a la fase conocida como albedo o leucosis, símbolo de la regeneración de las almas. Una vez superado este punto, sólo restaba esperar la aparición del color rojo, que indicaba el éxito de las operaciones y la culminación de la obra o rubedo, puesto que la piedra filosofal era, según todas las descripciones, de color rojo.
por Mar Rey Bueno