sábado, 16 de enero de 2010

CARTA A UN INICIADO ALQUIMISTA


“Tú has querido conocer nuestra fe; tú has querido ser de los nuestros.
Nuestra puerta no está cerrada, sino que permanece abierta para todos los que saben penetrar en el templo. No tenemos sacerdotes, pero sólo puedes llegar a la fe con la ayuda de un adepto. Nuestro deber se limita a señalarte la ruta. Pero debes seguirla solo.

¡Escucha!
No sabes nada y quieres aprender. ¿Por qué? Eres desgraciado y quieres ser feliz. Piensas que la ciencia te dará la felicidad que buscas; crees que, por medio del trabajo, vencerás el aburrimiento que te oprime.
¡Escucha!
Todo esto es cierto. Podrás ser feliz; pero no debes pensar que la ciencia, la verdadera ciencia, te hará feliz por el dinero; no debes venir a nosotros si buscas una ciencia que te conduzca a los honores.
Si pretendes llegar por medio de la ciencia, dirígete a las facultades. Allí te enseñarán lo que debes hacer para ser muchas cosas, si quieres trabajar; allí conseguirás dignidades, pero jamás la felicidad. Te acompañaran la envidia y la ambición; pasarás tu vida en una cólera continua, sin saber contra quien ni contra que debatirte.
Sufrirás todo lo que se puede sufrir en tu espíritu, porque profesarás.
Si eres independiente, serás desgraciado, pues sentirás que todo lo que te dicen es falso. Si eres sumiso, serás desgraciado, pues comprobarás que, al llegar a los honores más altos, sigues siendo tan desgraciado como antes.
La felicidad que buscabas cuando eras joven, la seguirás buscando de viejo y, perdido en los dédalos de la ciencia actual, al contemplar la naturaleza tendrás siempre la sensación de que te falta algo.
¡Escucha!
El verdadero adepto debe ser independiente.
La Alquimia no te dará la fortuna corporal: te dará una fortuna más duradera, una fortuna que no puede ser destruida por el infortunio: la fortuna espiritual.
Por mucho que sufras, siempre serás más feliz que el sabio corroído por la envidia o por el orgullo y que el rico afligido por el aburrimiento. El aburrimiento, la ambición y el orgullo huirán lejos de ti y, por ello, serás superior a todos los hombres.
Si no posees una fortuna, vivirás de tu trabajo; pero no desvelarás los secretos que has aprendido. Cada día te aportará un nuevo lote de riqueza intelectual y tu trabajo te parecerá cada vez mejor.
Pronto comenzarás a trabajar menos para los hombres y más para la fe y, en tu felicidad, tus gustos serán lo suficientemente modestos como para conformarte con poco.
No pienses que mis palabras carecen de fundamento. En apoyo de lo que acabo de decir, voy a citar el ejemplo de más de dos mil de los nuestros que llevaron una vida tranquila y modesta en medio de las guerras más crueles, en los siglos más conflictivos, mientras que la felicidad continuaba sonriéndoles. Entonces, cuando llegues a este apogeo de felicidad intelectual, cuando dios se te manifieste, cuando seas justo y sabio, por modesto sea el empleo que ocupas entre los hombres, siempre serás superior a los sabios oficiales.
Tienes abiertos los dos caminos, puedes elegir. Te repito que no podemos darte ningún bienestar material, sólo, podemos concederte la felicidad espiritual.
¡Escucha!
Antes de entrar en el libro de dios, es necesario que mires a los hombres.

Mira al amigo que vende a su amigo por oro, mira a los hombres que se destruyen entre ellos por oro, mira a los sacerdotes corroídos por la ambición de los honores, mira al médico que mata a los hombres para ganar más o para no parecer impotente, mira a tu alrededor; no verás sino a los que corren a la caza del oro. Tu mismo te has dirigido a nosotros creyendo que pronto serias más rico. ¿Crees, insensato, que nosotros nos hemos lanzado también a la corriente que conduce a la desesperación?, ¿crees que los alquimistas son tan desgraciados como el resto de los hombres? Te aseguro que somos felices en medio de todas las desgracias enfebrecidas de nuestros días. Por tanto, no creas que pensemos en el oro.
Los verdaderos adeptos que encontraron este secreto y lo expusieron a la gente, tal como atestiguan las piezas de oro que todavía se exponen en museos extranjeros, aquellos adeptos, puedo asegurarte, que murieron sin legar su secreto, puesto que conocían demasiado a los hombres. Si existe la transmutación, el adepto sueña con la riqueza que puede procurarle. Sueña con ella, porque es una ocasión más de encontrarse cerca de dios y de dirigirse hacia él.
Si estudias la naturaleza, nunca debes olvidar que no puedes contar a todos lo que has descubierto.
Mira que los adeptos siempre desconfían de los hombres y que, aunque prodiguen sus consejos a quienes les parecen dignos, los dejan solos en la naturaleza.
El adepto debe permanecer solitario en sus trabajos y solo algunos alumnos pueden conocerlos.
Si quieres legar tus trabajos a tus descendientes, sigue los consejos de nuestros maestros.
Hermes Trismegistos, que conocía la historia de la luna y el sol; Jehan, de Londres, que sabía explicar los signos herméticos, y todos los grandes maestros han recomendado no hablar sino lo hacen por medio de parábolas.
El orgulloso no debe conocer nuestra lengua; podría causarle risa y ser castigado por ello.
El ambicioso no debe ser de los nuestros, puesto que, como hombre ambicioso, permanece unido por
ciertos lazos a la flema de los humanos y no puede comprender a Hermes.
No debe importarte que el ignorante se burle de nuestros maestros delante de ti, cuando los trate de locos o de místicos. Observa, ora y calla.
Y finalmente, si te llega la desgracia a causa de los hombres, sabrás soportarla si has entrevisto la gran ley de dios.
El primer fulgor del oro puro te hará olvidar muchas de las injusticias y, si algún día sientes el corazón dolorido por la ingratitud de un amigo, la exaltación del aire por el fuego sabrá mostrarte la vía de la sabiduría.
Hijo mío, tú has entendido. Reflexiona profundamente y si estás decidido, entrarás resueltamente en la vía de dios.
Hijo mío, hemos mantenido nuestras promesas, nuestros consejos te han enseñado el camino de la felicidad, pero debes ser tu quien los recorra y por ello sabremos si eres digno de ser un adepto.

Si después de haber examinado la naturaleza, encuentras el camino de la verdad, puedes estar seguro de que abriremos tus ojos, y esto me hará feliz, puesto que habré encontrado un adepto a quien confiar nuestros descubrimientos.
Entonces, confiando los dos en la ley de la naturaleza, veremos agitarse a los hombres a nuestro alrededor y esperaremos felices el momento de unirnos al concierto sublime de la divinidad.”