Se debería reflexionar en la cantidad de trabajo, ensayos infructuosos y de ingeniosidad que fueron necesarios para fabricar las mil pequeñas cosas que arruinamos; cuantas energías fueron puestas en marcha para que pudiéramos saborear un pedazo de pan. Si, por la noche, recapitulamos la jornada, cuántas fuerzas gastadas inútilmente; cuantos objetos tirados, alimento perdido, palabras infructuosas, movimientos sin razón, sueños sin objetivo; cuantas fuerzas destruidas por capricho o por ociosidad.
La naturaleza nos toma en cuenta todo: en una flor destrozada, como en un gesto vanidoso. En todos sus dones, estamos incluidos; que los dejemos improductivos, que se abuse o que los dilapide, el resultado futuro será idéntico. Aquel que tire el pan al arroyo se condena él mismo a sufrir de hambre; aquel que maltrata o extenúa a sus animales se condena a que algún día ya no tenga con que alimentarlos, aquel que desgasta su fuerza física o su inteligencia sin motivo se las verá empezando de nuevo.
El medio de mitigar las consecuencias de nuestro aturdimiento, es establecer un control sobre nosotros mismos, hacer cada cosa en su tiempo, jamas perder de vista que somos parte integrante de un gran todo; el invisible nos enlaza a unos a otros mucho mas íntimamente de lo que las células de nuestro cuerpo físico lo están entre sí, nada se pierde de las energías que emitimos; nada es sin valor de lo que la naturaleza, o la sociedad, ponen al alcance de nuestra mano.
Sedir