lunes, 28 de febrero de 2011

¿QUÉ ES EL ALMA?

El concepto de alma es subjetivo en su origen. Nadie ha percibido jamás una substancia o estado que pudiera realmente ser designado coma alma. 
No existe ningún arquetipo objetivo de la noción abstracta de que el hombre posee alma. 
El hombre ha atribuido cierto comportamiento humano a la manifestación del alma. Pero, en un principio, antes de que los hombres advirtieran semejante conducta en los demás, ellos mismos tuvieron una idea personal del alma.
Ciertas impresiones y exigencias psicológicas que el ser humano experimenta, dieron origen al concepto de la dualidad del hombre. Su otro yo intangible, en contraposición con su ser físico, fue designado con el nombre de espíritu. Este significaba una fuerza activa, o una entidad sobrenatural, infundida o implantada en él. En la naturaleza, muchos fenómenos son inexplicables. Hay cosas que ocurren sin que tengan una causa física perceptible.
En la mente del hombre, semejantes causas se asociaban con los mismos
elementos inmateriales y sobrenaturales que él se atribuía a sí mismo. 
Las sombras, las reverberaciones de la luz, los vientos invisibles, 
todos eran fuerzas y entidades, que se distinguían de los objetos que 
poseían substancia material.
Existen ciertos fenómenos muy patentes que distinguen un cuerpo muerto de otro viviente. El hombre primitivo ha tenido que haberlos observado por
milenios antes de formarse una idea acerca de ellas. Un hombre viviente es consciente, siente, ve, reacciona. Un hombre muerto, no. Además, una persona viviente respira. Con la extinción del aliento desaparecen igualmente esas reacciones que llamamos consciencia. El aliento o pneuma, como la llamaban los griegos, se asoció a la fuerza intangible que animaba al hombre. Era la cualidad invisible que, habiendo penetrado en el momento del nacimiento, desaparecía en la muerte.
Entre la mayor parte de los aborígenes ha existido la creencia en el más
primitivo de todos los conceptos religiosos: el animismo. Es ésta la creencia de que todas las cosas están poseídas de vida. Naturalmente, tal noción no surgió de la propia función del aliento. Todas las cosas tienen, para el hombre, una cualidad característica. Hay algo en su apariencia o substancia que las distingue de todas las demás. Una roca que cae rodando por la vertiente de una montaña hace pensar que se halla imbuida de la facultad de la movilidad.
Un árbol que agita sus ramas está expresando una cualidad. El fulgor del
relámpago en el cielo es concebido como una acción intencional. El
razonamiento primitivo que se hallaba tras de tales nociones, es la distinción entre la existencia de la cosa como realidad y las características particulares que la cosa manifiesta. Por lo tanto, cualidades, como el color, la dureza, e incluso el ruido de un torrente que se despeña, son consideradas como la naturaleza real, o el espíritu del objeto.
Se creía que todo se hallaba impulsado desde dentro, para que fuera tal como aparecía. Este impulso invisible constituía su fuerza. Tuvo que haber sido cuando se descubrió que ciertas realidades no podían manifestar ya más sus funciones y características propias (al dejar de respirar) que el aliento fue identificado con la fuerza de vida y el espíritu de las cosas animadas. Cómo ocurrió esta evolución de la relación del aliento con el espíritu en la sociedad primitiva se halla expuesto por antropólogos y etnólogos, como el famoso Sir James George Frazer. Tanto éste, como otros más, vivieron muchos años entre los aborígenes de diversos países.
Debemos tener presente que, al principio, el hombre no hacia ninguna
distinción entre el poder sobrenatural, o espíritu, del resto de las cosas y el
mismo. ¿Cómo llegó a conferirle preeminencia a su propio espíritu? 
Únicamente podemos conjeturarlo por algunas de sus costumbres y 
creencias, que a continuación citamos. De manera gradual fue surgiendo 
en el hombre la idea de que él era superior a otras muchas formas vivientes.
Sirviéndose de sus armas y de su astucia, podía capturarlas y matarlas, aun cuando ellas poseían una fuerza superior. Se daba cuenta, además, de que podía realizar ciertas hazañas que las otras cosas vivientes no podían igualar.
Entonces, si aventajaba a las demás cosas vivientes de varias maneras, con mayor certeza podía también atribuirse a su yo interior, a su imagen espiritual, una categoría superior.
Al principio, es probable que el hombre no asignara ningún contenido moral a su espíritu interior. Este no era ni malo, ni bueno. Durante lo que llamamos sueño, este ser interior aparentemente abandonaba el cuerpo, viajaba lejos, hacia muchas cosas y volvía de nuevo al cuerpo, el despertarse el hombre.
Algunas de las cosas que este ser interno hacia, mientras el hombre dormía, no las aprobaba éste último, al despertarse. Sin embargo, no existía ninguna idea de asignar a aquel un carácter moral.
¿Cómo llegó el hombre a la noción del bien, en el sentido moral? Hemos visto que el primer concepto que tuvo el hombre de su otro yo, no fue precisamente el de una luminosa guía moral La bondad, como noción abstracta, no era una cosa inmanente; no se hallaba latente, como creen muchos hombres religiosos, en el interior del hombre, desde su nacimiento. Es muy probable que las evaluaciones morales comenzaran a partir de la experiencia objetiva obtenida de las relaciones humanas. Aquello que producía una satisfacción personal, sensaciones placenteras, era bueno. Lo que implicaba el bienestar humano y todo lo concerniente a este, era bueno; y lo contrario era malo. Este criterio se aplicaba par igual a los fenómenos naturales.
La lluvia, el rayo, las inundaciones, los terremotos, las erupciones volcánicas, las sequías y la abundancia de alimentos, todas las diversas cosas y estados eran evaluados en términos de bueno o malo, de acuerdo con el efecto que producían sobre el hombre. Los términos bueno y malo no aparecieron en la literatura de los egipcios sino hasta después de haber estado existiendo su civilización durante varios siglos. Sin embargo, la división categórica entre experiencias favorables y adversas, es psicológica y debe haber tenido su origen en las primeras reacciones conscientes del hombre frente a su medio ambiente.
Existían en el hombre emociones en evolución, sentimientos superiores; había experimentado una extraña efusión de sentimientos. Los amores instintivos maternal y filial se convirtieron en compasión y simpatía. La propia conducta humana comenzó a ser considerada en términos de la que producía satisfacción emocional al individuo. Lo que el hombre veía y consideraba como acciones de rectitud se convirtió en la buena moral, mientras que las demás acciones, por el contrario, eran malas. Por tanto, para el hombre, había dos “yoes" distintos y sencientes: Uno que se hallaba sujeto a impresiones externas y sensaciones de dolor y placer; el otro era el ser interior, el espíritu, que hallaba satisfacción emocional en la prosecución de determinadas acciones.


El espíritu que mora internamente

El hombre entonces, como ocurre ahora, no quiso sentirse aislado de la naturaleza, sino que quiso ser una parte integrante de la misma. Por consiguiente, la entidad innata, la fuerza vital de su ser, fue concebida corno relacionada con el gran poder sobrenatural que él atribuía a la naturaleza. Había dioses y el espíritu de los dioses, coma poder infinito y eterno, habitaba dentro del hombre. Este espíritu que moraba en su interior, se convirtió en su psiquis, en su alma. A los distintos dioses les fueron asignados ciertos fenómenos y poderes.
En Egipto, por ejemplo, Ra era el dios sol, Osiris era el dios de la fertilidad,
Ptah el dios de la creación física y del pensamiento creador. En Grecia,
Poseidón era el dios del mar; en Roma, Venus era la diosa del amor, Se creía que el hombre heredaba estos poderes, o recibía su influencia.
En el Judaísmo, tenemos el monoteísmo, la creencia en una sola deidad
omnipotente y omnisciente. Se la reconoce como el padre divino, siendo la
humanidad sus hijos. Es esencialmente bueno. Exige acciones de rectitud
moral, por parte de la humanidad. Siembra en los seres humanos una
substancia divina. Este segmento es llamado Alma.
Es potencial con la eficacia y bondad divinas. El hombre, de acuerdo con esta antigua teología, tiene dentro de sí la capacidad, de hacerse consciente de esta esencia divina dentro de él y, o bien se mantiene y vive de acuerdo con ella o la niega, perdiéndose así en el mal. De hecho, en algunas de las teologías existentes, el hombre es responsable si corrompe su alma al dar rienda a sus apetitos animales inferiores.
En las doctrinas subsiguientes del vitalismo, prevalece la creencia en un alma universal, coma fue sostenido, por ejemplo, para los Estoicos. Esta consta de una esencia divina, la cual esta imbuida en todos los seres humanos. Constituye una forma subliminal superior de consciencia. Se dice que puede guiar al hombre hacia una unión consciente con el único Dios, si responde a sus impulsos y dictados. El hombre interpreta estas reacciones internas en relación con determinada conducta humana, y de ellas forma sus códigos morales.
Lo que experimenta como conflicto moral, en relación con su comportamiento, lo llama su conciencia. Esta conciencia vana naturalmente, en cuanto a su interpretación de la que concibe corno expresión del bien que experimenta interiormente.
Al concebirse eventualmente a sí mismo como un ser elegido por la Divinidadcomo una creación preferida por Dios, de acuerdo con sus propias experiencias y revelaciones religiosas, el hombre (particularmente en la mayoría de las religiones occidentales) ha creído ser él, el único que posee alma. Le es fácil al ser humana llegar a semejante conclusión. Con la evolución de su sentido moral y el código objetivo de este, asigno a la conducta espiritual acciones que los animales inferiores no eran capaces de realizar. Se cree que, si el hombre puede darse cuento de tales distinciones es porte el solo tiene la luz espiritual o alma, en su interior.


Concepto del Alma

El impulso instintivo de supervivencia fue ampliado para incluir al alma. Se pensó que ésta era inmortal. Tiene que ser indestructible y tan infinita como la fuente de la cual se cree que emana. En el momento de la muerte, pues, sobrevive; aunque, de acuerdo con varias doctrinas religiosas, la personalidad que se adhiere al alma puede verse sujeta a pruebas, y experimentar, o castigo,  o recompensa por su conducta sobre la tierra.
Es evidente, sin embargo, que, en la teología cristiana, antes de que el alma entre en el cuerpo ésta se halle libre de toda personalidad identificadora. Después de la muerte, la personalidad o consciencia del yo, se convierte en una adhesión del alma.
¿Está el concepto del alma sufriendo una modificación, como resultado de la investigación psicológica moderna sobre la naturaleza del yo? ¿Existe acaso una nueva noción del alma, tanto metafísica como psicológica? Un concepto moderno, desde este punto de vista científico y racional, descarta la teoría substancial del alma. No se considera el alma una substancia, una cosa, o una entidad depositada o residente en el interior del hombre.
Además, se opina que la que el hombre designa como alma, no tiene en
absoluto ninguna cualidad que sea más divina que cualquier otro fenómeno de su ser o de su existencia. Esta suposición relaciona al alma con la consciencia del ego, es decir, con el conocimiento y consciencia por parte del hombre, de su propia existencia, separada de otras realidades y las consiguientes reacciones emocionales que tiene. Presume esta teoría que, con la complejidad en evolución del cerebro y de los sistemas nerviosos del ser humano, se ha producido una facultad o función dual de la consciencia.
Por una parte, el hombre percibe las cosas exteriores, y por otra parte, posee una súper-consciencia. Por medio de esta última llega a darse cuenta de que es consciente, es decir, tiene consciencia de su consciencia. Este es el yo, tal como se presenta separado del organismo como un todo, así como del mundo. Pero el hombre hace un análisis más profundo del yo. El aspecto disciplinario del yo, el que impone restricciones, dicta una norma de conducta, generadora de sensaciones que satisfacen a los sentimientos superiores, como los llamados amor impersonal, compasión, misericordia, justicia y paciencia; este aspecto del yo se llama alma.
Esta alma, por consiguiente, es una facultad o función, que surge de la fuerza vital de la vida que anima a todas las cosas vivientes. Con el desarrollo y evolución de un organismo, ésta adquiere esa sensibilidad frente a su propia naturaleza que constituye la autoconsciencia. Esta elevada autoconsciencia, o percepción interna del yo, es el alma. Esto hace surgir inmediatamente la pregunta siguiente: ¿Es que todas las cosas vivientes tienen alma?
Lógicamente puede sostenerse, basándose en esta hipótesis, que los animales también poseen alma. Repetimos, el alma es una facultad o función y desarrollo, y no una esencia especialmente dotada. Brota de la fuerza vital de la vida y de cierto estado ascendente de consciencia.
Doquiera y bajo cualquier forma que exista tal grado de consciencia, existirá lo que los hombres llaman alma. ¿No vemos en muchos de los animales inferiores, características elementales de lo que los seres humanos denominan cualidades del alma? Ciertamente, por ejemplo, los perros y los monos antropoides superiores manifiestan estados tales de auto-consciencia como la vergüenza, la culpabilidad, la tristeza y la simpatía. Estos estados son las semillas que maduran de manera más plena en el fenómeno llamado alma, dentro del complejo organismo del hombre.
¿Se halla tal concepto necesariamente en conflicto o pugna con la noción mística del alma tal como se expone, por ejemplo, por los Rosacruces? En los detalles o particularidades tradicionales, quizá; pero en un sentido más amplio, se encuentra en armonía, en muchos respectos. Ciertamente, la fuerza vital de vida posee una consciencia universal inherente a ella misma. Es la verdadera ley y orden de la propia fuerza de la vida.
Además, la función de vida es tan cósmica, en su origen, como cualquier otro fenómeno. La consciencia inherente en la vida hace evolucionar un mecanismo, un instrumento, como el cerebro y el sistema nervioso, los cuales, a la manera de un espejo, reflejan su naturaleza. Esta reflexión o consciencia del yo es la cualidad, la función del alma en el hombre.
En todos y cada uno de los otros organismos que puedan venir a la existencia sobre la tierra o que existen actualmente en otros mundos, en otros sistemas solares o galaxias, y que hayan alcanzado el estado equivalente, o superior,  a la auto-consciencia, se supone exista esa función que los seres humanos reconocen bajo el nombre de alma.


Por Ralph M. Lewis, F.R.C.