Dijimos anteriormente que la iniciación propiamente dicha consiste esencialmente en la transmisión de una influencia espiritual, transmisión que no puede efectuarse sino por medio de una organización tradicional regular, de tal manera que no podría hablarse de iniciación fuera de la adhesión a una tal organización.
Hemos precisado que la "regularidad" debía ser entendida como excluyendo a todas las organizaciones seudoiniciáticas, es decir, a todas aquellas que, sean cuales sean sus pretensiones y por cualquier apariencia que adopten, no son efectivamente depositarias de ninguna influencia espiritual, y no pueden en consecuencia transmitir en realidad nada. Desde este momento es fácil de comprender la importancia capital que todas las tradiciones atribuyen a lo que se designa como la "cadena" iniciática, es decir, una sucesión que garantiza de manera ininterrumpida la transmisión de que se trata; fuera de esta sucesión, en efecto, la observación misma de las formas rituales sería en vano, pues faltaría el elemento vital esencial para su eficacia.
Volveremos más especialmente a continuación sobre la cuestión de los ritos iniciáticos, pero debemos ahora responder a una objeción que puede presentarse aquí: los ritos, se dirá, no tienen por sí mismos una eficacia que le es inherente?. En efecto, la tienen, ya que, si no son observados, o si son alterados en alguno de sus elementos esenciales, ningún resultado efectivo podrá ser obtenido; pero, si esta es una condición necesaria, no es sin embargo suficiente, y es preciso además para que los ritos tengan efecto, que sean cumplidos por quienes están cualificados para hacerlo. Esto, por otra parte, no es, de ningún modo, particular a los ritos iniciáticos, sino que se aplica también a los ritos de orden exotérico, por ejemplo a los ritos religiosos, que tienen su propia eficacia, pero que no pueden ser cumplidos validamente por cualquiera; así, si un rito religioso requiere una ordenación sacerdotal, quien no haya recibido esta ordenación no obtendrá ningún resultado por mucho que observe todas las formas o incluso tenga la intención requerida, ya que no es portador de la influencia espiritual que debe operar tomando estas formas rituales como soporte.
Incluso en los ritos de orden más inferior, concernientes a aplicaciones tradicionales secundarias, como por ejemplo los ritos de orden mágico, donde interviene una influencia que no tiene nada de espiritual, sino que es simplemente psíquica (entendiendo con ello, en sentido general, lo que pertenece al dominio de los elementos sutiles de la individualidad humana y lo que le corresponde en el orden "microcósmico"), la producción de un efecto real está condicionada en muchos casos por una determinada transmisión; y la más vulgar hechicería rural suministraría a este respecto numerosos ejemplos.
No hemos de insistir por otra parte en este último punto, que está fuera de nuestro objeto; únicamente lo indicamos para hacer comprender que, con mayor razón, una transmisión regular es indispensable para permitir cumplir válidamente los ritos que implican la acción de una influencia de orden superior, que propiamente puede ser llamada "no humana", lo que a la vez es el caso de los ritos iniciáticos y de los ritos religiosos.
Este es en efecto el punto esencial, y es preciso todavía insistir en ello: ya hemos dicho que la constitución de organizaciones iniciáticas regulares no está a disposición de las simples iniciativas individuales, y se puede decir exactamente lo mismo en lo que concierne a las organizaciones religiosas, pues, en ambos casos, es necesaria la presencia de algo que no podría provenir de los individuos, estando más allá del dominio de las posibilidades humanas.
Podrían, por otra parte, reunirse ambos casos diciendo que aquí se trata, de hecho, de todo el conjunto de las organizaciones que pueden verdaderamente ser calificadas de tradicionales; se comprenderá entonces, sin que haya necesidad de hacer intervenir otras consideraciones, la razón de que rehusemos, como hemos dicho en muchas ocasiones, aplicar el nombre de tradición a cosas que no son sino puramente humanas, como abusivamente hace el lenguaje profano; no será inútil señalar que el mismo nombre de "tradición", en su sentido original, no expresa sino la idea de transmisión que ahora consideramos, y ésta es por otra parte una cuestión sobre la cual volveremos más adelante.
Se podría ahora, para más comodidad, dividir a las organizaciones tradicionales en "exotéricas" y "esotéricas", aunque ambos términos, si se quisieran entender en su sentido más preciso, no se aplican quizá en todas partes con igual exactitud; pero, para lo que actualmente tenemos a la vista, nos será suficiente entender por "exotéricas" las organizaciones que, en una cierta forma de civilización, están abiertas indistintamente a todos, y por "esotéricas" a las que están reservadas a una elite, o, en otras palabras, donde no son admitidos sino quienes poseen una "cualificación" particular. Estas últimas son propiamente las organizaciones iniciáticas; en cuanto a las otras, no comprenden solamente a las organizaciones específicamente religiosas, sino también, como se observa en las civilizaciones orientales, a organizaciones sociales que no tienen este carácter religioso, estando al igual vinculadas a un principio de orden superior, lo que es en todos los casos la condición indispensable para que puedan ser reconocidas como tradicionales.
Por otra parte, ya que no hemos de considerar aquí a las organizaciones exotéricas, sino únicamente para comparar su caso con el de las organizaciones esotéricas o iniciáticas, nos podemos limitar a la consideración de las organizaciones religiosas, pues son las únicas en este orden que se conocen en Occidente, y así las referencias serán inmediatamente comprensibles.
Diremos entonces esto: toda religión, en el verdadero sentido de la palabra, tiene un origen "no humano" y está organizada de forma que conserve el depósito de un elemento igualmente "no humano" que tiene desde el origen; este elemento, que pertenece al orden de lo que llamamos las influencias espirituales, ejerce su acción efectiva por medio de ritos apropiados, y el cumplimiento de estos ritos, para ser válido, es decir, para suministrar un soporte real a la influencia de que se trata, requiere una transmisión directa e ininterrumpida en el seno de la organización religiosa.

Si, para mejor hacernos entender, nos referimos más particularmente al caso del cristianismo en el orden religioso, podríamos añadir que los ritos de iniciación, teniendo como objetivo inmediato la transmisión de la influencia espiritual de un individuo a otro, que, en principio al menos, podrá por consiguiente transmitirla a su vez, son exactamente comparables a este respecto con los ritos de ordenación; y se puede incluso indicar que unos y otros son similarmente susceptibles de comportar numerosos grados, no siendo la plenitud de la influencia espiritual forzosamente comunicada de una sola vez con todas las prerrogativas que implica, especialmente en lo que concierne a la aptitud actual para ejercer tales o cuales funciones en la organización tradicional.
Ahora bien, se sabe la importancia que tiene, para las Iglesias cristianas, la cuestión de la "sucesión apostólica", y esto se comprende sin dificultad, ya que, si esta sucesión se interrumpiera, ninguna ordenación podría ser válida, y, por consiguiente, la mayor parte de los ritos no sería mas que una vana formalidad sin alcance efectivo.
Quienes admiten a justo título la necesidad de tal condición en el orden religioso no deberían tener la menor dificultad en comprender que no se impone menos rigurosamente en el orden iniciático, o, en otras palabras, una transmisión regular, constituyendo la "cadena" de la que hablábamos, es también estrictamente indispensable.
Dijimos hace un momento que la iniciación debe tener un origen "no humano", pues, sin ello, no podría de ningún modo alcanzar su meta final, que sobrepasa el dominio de las posibilidades individuales; esta es la razón por la cual los verdaderos ritos iniciáticos, como indicábamos anteriormente, no pueden estar relacionados con autores humanos, y, de hecho, no se conocen nunca tales autores, al igual que no se conocen los inventores de los símbolos tradicionales, y ello por la misma razón, ya que estos símbolos son igualmente "no humanos" en su origen y en su esencia; y, por otra parte, existen, entre los ritos y los símbolos, unos vínculos muy estrechos que más tarde examinaremos.
Se puede decir con todo rigor que, en casos como éstos, no hay un origen "histórico", ya que el origen real se sitúa en un mundo en el cual no se aplican las condiciones de tiempo y lugar que definen a los hechos históricos como tales; y ésta es la razón por la cual estas cosas escapan siempre inevitablemente a los métodos profanos de investigación, que, en cualquier caso y por definición, no pueden ofrecer resultados relativamente validos sino en el orden puramente humano.
En tales condiciones, es fácil comprender que el papel del individuo que confiere la iniciación a otro es verdaderamente un papel de "transmisor", en el más exacto sentido de la palabra; no actúa en tanto que individuo, sino en tanto que soporte de una influencia que no pertenece al orden individual; es únicamente un eslabón de la "cadena" cuyo punto de partida está fuera y más allá de la humanidad.
Es esta la razón por la cual no puede actuar en su propio nombre, sino en nombre de la organización a la que está vinculado y de la cual le provienen sus poderes, o, más exactamente todavía, en nombre del principio que esta organización representa visiblemente. Esto explica, por otra parte, que la eficacia del rito cumplido por un individuo sea independiente del valor propio de ese individuo como tal, lo que es igualmente cierto para los ritos religiosos; y no entendemos esto en sentido "moral", lo que evidentemente no tendría importancia en una cuestión que en realidad es de orden exclusivamente "técnico", sino en el sentido en que, incluso si el individuo considerado no posee el necesario grado de conocimiento para comprender el sentido profundo del rito y la razón esencial de sus diversos elementos, dicho rito no dejará de tener pleno efecto si, estando regularmente investido de la función de "transmisor", lo cumpliera observando todas las reglas prescritas, y con una intención que sea suficiente para determinar la conciencia de su vinculación a la organización tradicional.
De ello deriva inmediatamente la consecuencia de que, incluso una organización en donde no se encontraran en un cierto momento más que lo que hemos denominado iniciados "virtuales" (y volveremos todavía sobre esto más adelante), no sería por ello menos capaz de continuar transmitiendo realmente la influencia espiritual de la cual es depositaria; es suficiente para ello que la "cadena" no sea interrumpida; y, a este respecto, la conocida fábula del "asno transportando las reliquias" es susceptible de un significado iniciático digno de ser meditado.
Por el contrario, el conocimiento completo de un rito, si ha sido obtenido fuera de las condiciones regulares, está por completo desprovisto de todo valor efectivo; tal es así, por tomar un ejemplo simple (ya que el rito se reduce esencialmente a la pronunciación de una palabra o una fórmula), que, en la tradición hindú, el mantra que no ha sido obtenido de la boca de un gurú autorizado no tiene ningún efecto, pues no está "vivificado" por la presencia de la influencia espiritual de la cual únicamente está destinado a ser el vehículo.
Esto se extiende, por otra parte, en un grado u otro, a todo lo que está vinculado a una influencia espiritual: así, el estudio de los textos sagrados de una tradición, realizado mediante libros, no podría jamás suplir a su comunicación directa; y esta es la razón de que, incluso allí donde las enseñanzas tradicionales han sido más o menos completamente puestas por escrito, éstas no dejan de ser regularmente objeto de una transmisión oral, que, al mismo tiempo que es indispensable para obtener su pleno efecto (desde el momento en que no se trata de atenerse a un conocimiento simplemente teórico), asegura la perpetuación de la "cadena" a la cual está unida la vida misma de la tradición.
De otro modo, no se trataría sino de una tradición muerta, con la cual ninguna vinculación efectiva es posible; y, si el conocimiento de lo que resta de una tradición puede tener todavía un cierto interés teórico (fuera, por supuesto, del punto de vista de la simple erudición profana, cuyo valor es nulo, y en tanto sea susceptible de ayudar a la comprensión de ciertas verdades doctrinales) no podría ofrecer ningún beneficio directo con vistas a una "realización" cualquiera.
Se trata también, en todo esto, de la comunicación de algo "vital"; en la India, ningún discípulo puede sentarse jamás frente al gurú, con el fin de evitar que la acción del prâna, que está unido al aliento y a la voz, ejerciéndose demasiado directamente, produzca un choque violento que, por consiguiente, podría ser psíquica e incluso físicamente peligroso. Esta acción es tanto más poderosa, en efecto, en cuanto que el prâna mismo, en este caso, no es sino el vehículo o el soporte sutil de la influencia espiritual que se transmite de gurú a discípulo; y el gurú, en su función propia, no debe ser considerado como una individualidad (desapareciendo ésta entonces verdaderamente, salvo en tanto como simple soporte), sino únicamente como el representante de la tradición que él encarna en cualquier caso en relación con su discípulo, lo que constituye exactamente el papel de "transmisor" del que hemos hablado.
Por René Güenon