sábado, 21 de julio de 2012

ALGUNAS CONSIDERACIONES

El Martinismo no ha evolucionado, como algunos podrían pensar, hacia un gran cúmulo de ritos. Al contrario, las investigaciones han proseguido y nuevos ritos han sido escritos. Respetuosos de los símbolos esenciales de la tradición, estos ritos buscan completar y responder a las necesidades que hayan podido aparecer.
La historia del Martinismo nos muestra la fragilidad de la transmisión histórica real. Se concluye entonces que; las transmisiones, las grandes maestrías, los resurgimientos, etc. derivan a menudo solo de la dimensión espiritual. Unas cadenas históricas nacen seguidamente, pero ellas han nacido de una operación específica que ha tenido por objetivo contactar un plan y unos maestros que hayan podido insuflarle una energía, una autoridad verdaderamente iniciática. 
Evidentemente, la iniciación previa en las cadenas ocultas ligadas al egrégor correspondiente es un triunfo no despreciable en este tipo de trabajo. De este modo, se puede considerar que un individuo que posea la iniciación de los grados mayores del Rito Escosés Rectificado y con cierta filiación espiritual con Martinez de Pasqually y el egrégor de los Elüs Cohen. El ejemplo mas próximo a nosotros es aquel de la operación mágica en simpatía que había sido efectuada por Robert Ambelain, Robert Amadou y otros hermanos que utilizaronun rito Elüs Cohen para despertar la Orden y conectarla de nuevo con su egrégor. No existía ninguna certeza en la época respecto a la filiación histórica, pero el influjo espiritual y los resultados tangibles de las operaciones sirvieron para contactar con las fuerzas ancestrales de esta tradición e infundir una nueva energía que continúa aun hoy día.
Al principio nadie distingue este tipo de operación de los procesos de contacto individual. Se ha hecho todo lo posible para que así sea, para proceder de la misma forma y para buscar ponerse en relación con un egrégor particular. La ayuda de una ascesis particular de oraciones y de operaciones, en la medida que la intención sea pura, sincera y altruista, será a todas luces necesaria.
No somos entusiastas cuando decimos que tal operación debe cumplirse para alcanzar alguna gran maestría y crear así una ordenen la que el operador se convertirá, evidentemente, en el "gran jefe".
Es útil, antes de algunas prácticas, impregnarse del espíritu de la tradición y meditar entonces sobre los textos susceptibles de conducir el espíritu a una especie de comunicación inconsciente con los planos invisibles. Es, sin embargo, importante evitar las lecturas demasiado teóricas que apelan al intelecto. Buscamos, al contrario, actuar sobre la imaginación y la fe del individuo.
Para ello, aconsejamos utilizar por una parte "La imitación de Jesucristo" y por otra parte las obras de L.C de Saint Martin. Conviene leer cada día los pasajes de la primera obra de tal forma que os impregnéis lenta y regularmente. en el caso de las diferentes obras de Saint Martin, no debéis leer la totalidad de una obra del inicio hasta el fin. Es suficiente que abráis al azar, tan a menudo como sea posible una de las obras de este autor y que leais el pasaje correspondiente. Poco importa que lo comprendáis, lo esencial es que os impregnéis, la comprensión vendrá después. 
Os aconsejamos, seguidamente, utilizar oraciones sencillas, que sea extraidas de la tradición cristiana o Martinista (las 10 plegarias de Saint Martin por ejemplo). Es importante que esta práctica sea regular y cotidiana. El objetivo es una acción lenta, pero constante.

T.·. A.·.
Fr. Amorifer

lunes, 16 de julio de 2012

EL CREDO MARTINISTA

"Meditando sobre el sublime simbolismo del Rito Martinista, somos impelidos a realizar la siguiente profesión de fe:

1.- Creemos en un dios único y en una religión única como él, en un dios mas allá de todos los dioses y en la religión que es síntesis de todos los cultos. Creemos en la infabilidad del espíritu de caridad mas que en la temeridad dogmática de algunos hombres.

2.- Creemos en la libertad absoluta, en la independencia absoluta, en la realeza misma, en la divinidad relativa de la voluntad humana, siendo ella regulada por la soberana razón. Creemos que para enriquecerse es preciso dar, y que la felicidad individual no puede ir en contra de la felicidad de los demás.

3.- Reconocemos en el ser dos modos esenciales: la idea y la forma, la inteligencia y la acción. Creemos en la verdad, que es el ser concebido por la idea. Creemos en la realidad demostrada o demostrable por la ciencia. Creemos en la razón, que es el ser manifestado por el verbo. Creemos en la justicia, que es el ser en acción, siguiendo ésta sus verdaderas relaciones y sus proporciones razonables.

4.- Creemos que dios mismo, el gran principio indefinible de justicia no sabría ser el déspota ni el verdugo de sus criaturas, que no puede recompensarlas ni castigarlas, pero que la ley de la armonía universal lleva en si misma su sanción, de suerte que el bien en si mismo es la recompensa del bien, y el mal el castigo, pero también el remedio del mal."

Extracto del 
Ritual Martinista 
diseñado por Téder

domingo, 1 de julio de 2012

EL PODER DEL PERDÓN



Está pues comprobado, como hemos podido constatar, que Saint-Martin no ha descubierto la figura de la Divina Sophia por la sola lectura de Jakob Böheme, puesto que su primer maestro, Martines de Pasqually, le había ya transmitido ampliamente las claves espirituales necesarias y suficientes, a fin de aproximarse a esta santa y misteriosa noción. Reconozcamos, no obstante, que Böheme jugó un papel considerable en la profundización de los "gérmenes" sembrados primitivamente, por el extraordinario taumaturgo del que Saint-Martin fué intimo secretario, desde principios del 1771 a mayo de 1772 fecha de su partida hacia la Isla de Santo Domingo, dejando al filosofo de Amboise en la soledad de su estancia en Bordeaux. Sin embargo, con toda evidencia, tanto mas avanzara Saint-Martin en el seno de las íntimas luces con las que el cielo le gratificara, mas le parecerá necesario recalcar constantemente, con dulce insistencia, el incansable recordatorio sobrenatural que recibimos discretamente, casi desde nuestro nacimiento, buscando incitarnos a emprender seriamente la obra de nuestra puesta en conformidad con la Divinidad que nos quiere plenamente en ella, que desea vernos enteramente disponibles a su gracia bienhechora. Ahora bien, estas puesta de conformidad exige, por nuestra parte, una intensa colaboración con las intenciones divinas y nos obliga pues a una transformación efectiva de nuestro ser, gravemente degradado y marcado por el peso de la prevaricación, que debemos conducir con diligencia y solicitud, ya que lo que importa, mas que todo, es que podamos recobrar lo mas pronto posible la imagen primitiva que poseíamos y por la que sufrimos cruelmente por no conservar los rasgos originales. Y es cierto, como nos lo enseña Saint-Martin, que no es suficiente con ser capaz de descifrar, expresar y traducir las "maravillas de la sabiduría" de la que descubrimos, en nosotros y fuera de nosotros, los trazos de su indecible presencia trascendente; conviene, sobre todo e imperativamente, acceder a las mismas e idénticas prerrogativas que ella, a fin de pasar de una semejanza figurada, muy alejada de nuestro primer modelo, a una imagen real y sincera que nos abrirá finalmente las puertas de la gloria compartida para comunicar a la vez la sobrenatural felicidad.

Es en su obra que titulará "El Hombre Nuevo" y que hará de publicar bajo las prensas de la Imprenta del Círculo Social, el año IV de la libertad, según la indicación circunstancial dela época, es decir en 1792, que Saint-Martin vuelve una vez mas, algunos años después de haberlo hecho en sus dos primeros libros que son; "De los errores y la Verdad" (1775) y "El Cuadro Natural" (1782), sobre la importancia de la misión de la que somos portadores, misión consistente en proceder a una verdadera obertura en nosotros mismos para dejar lugar a la Santa palabra de Dios, lo que nos permitirá, si por felicidad nuestra lo logramos, volver a encontrar nuestro lugar bendito cerca del Eterno: "¿Por qué- se pregunta Saint-Martin- busca dios así al hombre, por tantos medios tan variados, repetidos, mantenidos y continuos? Es para que sea en todo detalle la imagen y semejanza de esa divinidad eterna, porque par que exista esta semejanza, no basta con que su palabra pueda repetir alrededor de él las obras de esa divinidad suprema, sino que es preciso que, lo mismo que ella, pueda ejercer tales derechos voluntariamente y por el privilegio sagrado de su santo carácter, para que, al compartir los poderes de su principio eterno, comparta también su gloria y sea de este modo la imagen real de este principio, en vez de no ser nada mas que, como la naturaleza, una imagen figurativa". (El hombre Nuevo, op.cit. 23, pág. 125)


La sabiduría, por "su suave soplo", nos instruye Saint-Martin, va a contribuir a elevar la plegaria de Nuevo Hombre, a conducirlo con seguridad de manera que pueda apartar las artimañas del enemigo, y avanzar por un camino armonioso que lo hará digno de recibir las salvadoras gratificaciones celestes: "Ese es pues el suave soplo de esta sabiduría que desarrollará en el hombre nuevo su verdadera plegaria, que es la acción natural de su ser; pues esa plegaria no debe tener otro objetivo que mantener en el hombre el orden, la seguridad, la mesura; ella debe hacer que el enemigo esté siempre alejado, que el corazón del hombre esté siempre saciado en la fuente de aguas vivas, y que su pensamiento sea como un hogar en el que las luces divinas se reúnen para reflejarse a continuación con mayor esplendor". (Ibid. 49. pág. 286)


Paralelamente y de manera complementaria al cumplimiento de esta plegaria que tiene que liberar al hombre de los peligros de que está rodeado contribuyendo a la edificación de este hogar que vendrán a iluminar las luces divinas, la sabiduría juega un papel esencial por su acción decisiva respecto a las "influencias vivas" que ella dirige y orienta hacia el corazón del hombre, dándole la posibilidad de bañar su espíritu en las agua apacibles de la estancia de paz y armonía en que había estado situado en el origen de los tiempos, y de la que fue desgraciadamente separado por su culpa, separación que lo obliga a soportar ahora la dureza de un doloroso exilio. Saint-Martin nos recuerda a este efecto: "Aunque el hombre haya nacido para el espíritu, no puede sin embargo gozar de sus dulzores y de las luces del espíritu, mas que en la medida que él comience a hacerse espíritu. He aquí porque la sabiduría activa e invisible no hace descender continuamente su peso sobre el hombre a fin de que reúna sus fuerzas y sus principios de vida espiritual. Ademas, esta sabiduría activa e invisible no hace descender su peso sobre el hombre, sin verter en su corazón algunas de las influencias vivas de las que ella es órgano y ministro, y entre las cuales hace eternamente su morada. Cuando ha preparado así al hombre y el hombre no lo ha contraído en sus deseos, entonces transporta al espíritu del hombre a la morada de esta luz, donde el tuvo su origen, y allí el hombre se sacia sin turbación ni inquietud como la sabiduría misma, porque por los cuidados que ella le ha procurado, su corazón se ha hecho puro, como ella, e independiente de los movimientos tan inciertos de la frágil rueda de los tiempos, lo superior y lo inferior se encuentran par el en esta perfecta analogía, siente que la paz que descubre en estas regiones invisibles se encuentran igualmente en el mismo; no sabe si su interior se encuentra en este exterior divino o si este exterior está en su interior, lo que siente es que todo esto le parece uno para él, que todas estas cosas, y él, tienen el aspecto de no ser mas que una sola y misma cosa" (El Hombre Nuevo op. cit. 50 pág. 291)


Por Carmelo Ríos